Cuando los profesionales nos empeñamos en ver el mundo desde nuestro monóculo, a veces, obviamos la realidad de las personas atendidas.
¿Qué puede ser mejor para un niño, que vivir con sus padres?. Veamos, desde la perspectiva de un extracto normalizado de la sociedad, la respuesta es obvia. Pero, ¿qué pasa cuando tu modelo de crianza te ha enseñado que es mejor delegar el cuidado de tus hijos a terceras personas, cuando la sociedad te deja claro que no eres capaz de responder al rol de madre/padre que está preconcebido?. ¿Qué pasa cuando las personas responsables de tu crianza no han compartido contigo experiencias afectivas?. ¿Cómo se puede transmitir amor, si no lo hemos recibido?, ¿cómo se puede cuidar si no nos han cuidado?,… .
No podemos exigir valores (sinceridad, generosidad, afectividad,…) a quien ha sido ultrajado como persona en su infancia y a quien, en la adolescencia, ha sentido cómo machacaban sus sueños, esos pocos sueños que podían salvar sus vidas. Cuando muchos niños y niñas sueñan con las películas de sus héroes, con las princesas, hay quien sueña con poder salir de la seguridad que le da el maltrato que ha recibido.
Y después de esto, los profesionales nos empeñamos en evaluar habilidades y valores que esa persona nunca ha vivido, que quizás ni conozca y forzamos situaciones.
¿Qué pensarías si alguien dijese que prefiere que su hijo o su hija pueda beneficiarse de vivir con otra familia, si aceptara desaparecer de la vida de sus hijos para que estos fueran felices?. Muchos dirían, los niños le molestan, no tiene instinto maternal/paternal,….
Y si cambiamos la perspectiva, ¿Qué pasaría si te sintieras presionado para responder con ciertas habilidades que nunca vas a conseguir, y vieras la tristeza en los ojos de tus propios hijos, y no tuvieras respuestas a sus preguntas, y te sintieras evaluado, constantemente, y devaluado como madre o como padre, y hubieras intentado responder, sin éxito, a lo que los profesionales proponen como indicadores necesarios para ser un buen padre?, ¿no te rendirías, tú también?.
Y en ese momento, ser capaz de decidir que lo mejor para sus hijos es que puedan beneficiarse de otra familia, y nace en ellos mismos la capacidad de darles permiso a sus hijos para que les recuerden, pero que puedan iniciar una nueva vida con otras personas que puedan ofrecerles los cuidados que necesitan. los cuidados que ellos no han sabido o no han podido darles.
Cuántos padres y madres “normalizados”, no son capaces de permitirles a sus hijos la independencia y la autonomía, aún pasados ya los 40 y habiendo formado su propia familia.
No juzguemos desde nuestro mapa mental, permitámonos aceptar que existen otras realidades y que existen otras opciones válidas.
¡¡¡Profesionales!!!, escuchemos a las personas que atendemos, no forcemos situaciones y no trabajemos con prejuicios. Hagamos un trabajo consecuente.
Victoria Eugenia García Martínez
Psicóloga y Coach