
Sucede que, a veces, les permitimos a nuestros adolescentes expresar lo que sienten, sucede que, a veces, los escuchamos y sucede que, a veces, nos duele entender de dónde viene su agresividad, su apatía, su desmotivación, su falta de iniciativa. Y nos duele porque nos sentimos cuestionados y tenemos que reconocer que lo hicimos lo mejor que supimos pero nos equivocamos. Y es éste el punto de inflexión, en la medida que seamos capaces de reconocer(nos), de responsabilizarnos y de tomar una actitud proactiva, conseguiremos sanar(nos) y que ellos sanen. Trabajar de manera individual con un adolescente, no soluciona el problema porque el problema no es él. Es necesario trabajar con todos los miembros implicados en la educación afectivo-social de éste. El adolescente necesita a sus referentes para entender(se) y para sanar(se). Escuchemos lo que tienen que decirnos, filtremos sus modos y actitudes y quedémonos con el mensaje de fondo, ¿qué nos están pidiendo? ¿cuál es su necesidad?. La experiencia me dice que la toma de conciencia y un cambio de actitud en las familias, genera el cambio de actitud, en cascada, en sus hijos. Pero nos da miedo perder el poder, la autoridad, el control y nos imponemos a la fuerza, generando así un muro ante nuestros hijos. Tratémoslos como personas, con sus sentimientos, sus principios, sus valores, sus prioridades y negociemos como hacemos con nuestros amigos, en nuestro trabajo, antes de tomar una decisión, sobre todo si esta decisión les compete. Y, por supuesto, dejemos que se equivoquen, que se caigan y que se levanten, que sean autónomos e independientes. Cumplamos nuestro papel de cuidadores hasta que sea necesario, después demos paso atrás y convirtámonos en faro de sus noches oscuras para que nos busquen en la adversidad, acompañemos desde la distancia y el respeto a su intimidad.